El rey del Once

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Los estrenos fuertes de febrero comienzan con la nueva película de Daniel Burman.

Pinta tu aldea y pintarás el mundo. Este viejo consejo es oído por Daniel Burman, que luego de incursionar en films bastante flojos como "El misterio de la felicidad", vuelve a su mundito conocido, a hablar de cosas que para él son genuinas.

En ese registro obtiene lo mejor de sí: "El rey del Once" es una buena película, con una impecable realización, pero también hecha de momentos que llegan al corazón.

Un hombre que está dejando de ser joven, interpretado por Alan Sabbagh, viene de visita desde Nueva York para ver a su padre.

El viejo Usher es judío practicante, ecléctico y movedizo, a tal punto que solo se lo puede ubicar por teléfono. Desde allí, en una suerte de omnipresencia, le da instrucciones a su retoño, le hace conocer a una de sus protegidas, una intrigante mudita compuesta por la siempre encantadora Julieta Zylberberg, y en cierta forma, le va ordenando la vida.

Esta es una película de hombres, el camino de un héroe que a pesar de haber conquistado el mundo, retorna al nido, buscando algo en qué creer, un afecto que nunca se termine. Un hijo pródigo.

En el camino hay una cierta desilusión hacia las mujeres  y hacia las cosas personales. El derrotero del protagonista es una especie de senda del desapego, en donde va tirando lo que no le sirve y recuperando una cultura del trabajo, una idea de compromiso y de ligazón con sus raíces.

Todo eso, que tiene que ver con la sangre, con Dios,  con alguna clase de amor, está plasmado de una manera divertida y muy amena.

El hombre viene a buscar a su Padre. Viene a buscarse a sí mismo.