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En cartel

Después de la tormenta

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Se estrena en Buenos Aires la última película del director japonés Hirokazu Kore-eda, especialista en el retrato intimista de los vínculos familiares.

El nombre de Hirokazu Kore-eda salió a la luz en 1999 gracias a su multipremiada After Life, una extrañísima película fantástica que mostraba el lugar donde las personas van luego de morir, un limbo-oficina donde deben elegir un momento importante de su vida para quedarse durante toda la eternidad. De algún modo esta película es hoy una rareza en su filmografía, que ha virado cada vez más hacia el realismo y las formas clásicas sin abandonar jamás el gran tema del director: las relaciones familiares.

Especialista en el arte de combinar el drama con la comedia, el japonés filma quizá como nadie en occidente las relaciones entre padres e hijos. Su cine se caracteriza por la sutileza con que retrata la corporalidad de la vida cotidiana (impresiona ver la modificación en los movimientos y actitudes de los personajes dependiendo del espacio y el tiempo que habitan en cada escena).  Nada se escapa al modo complejo, profundo, en que se construyen los conflictos. El dinero, por ejemplo, es un gran eje problemático del que es imposible zafar, que determina el lugar que cada persona ocupa en una escala social opresiva; esta película en particular logra mostrar con maestría el modo en que ese lugar social afecta las relaciones humanas.

En Después de la tormenta el personaje protagónico es Ryota, un escritor que ha tenido una breve carrera pero se ha convertido en un fracasado. Se ha divorciado, tiene un hijo con el que apenas tiene relación; para ganarse la vida trabaja como investigador privado en casos menores y obscenos que dan cuenta de un profundo estado de malestar social. Además desperdicia sus ingresos en apuestas y alcohol, y aunque intenta hacer bien las cosas todos sus proyectos terminan frustrados por algún inconveniente: su egoísmo, su pasión por el juego, su incapacidad de entendimiento con los miembros de su propia familia, la incomunicación que rige casi todos sus vínculos. Pero la tormenta inesperada a la que alude el título le presentará una oportunidad de entrar en contacto con los lazos que parecen perdidos, y encontrará nuevas maneras de recomponer el sentido de su vida.

Aunque el argumento parece trillado por haber sido tratado con anterioridad en numerosas ocasiones, esta es una de esas películas donde lo que importa no es tanto lo que pasa sino cómo pasa: la manera en que se cuentan los sucesos, los ángulos de cámara elegidos, la belleza de los diálogos, la construcción a conciencia de cada secuencia, la temporalidad de los planos, la elección de los cortes de montaje. Hirokazu Kore-eda filma a sus personajes en toda su ambigüedad, con cero complacencia pero con mucho amor y disfrute. Se toma el tiempo para dejarnos conocerlos, verlos actuar en diversas ocasiones, sin atarse a fórmulas esquemáticas donde solo accedemos a la información necesaria para la comprensión del conflicto. La película se desborda en detalles significativos, abunda en pequeñas historias y momentos mágicos dentro de su construcción como gran unidad cinematográfica.

 

El gusto del director por los paisajes urbanos se complementa con una aparente simpleza fotográfica y sin llamar casi nunca la atención sobre sí misma, la cámara logra que se vuelva fascinante asistir al modo como viven los japoneses de bajos recursos, cuáles son sus pequeños y grandes asuntos de todos los días. Si bien la película puede interpretarse como una pequeña fábula moral, esa calidad para mostrar los pequeños momentos importantes de la vida hacen que la emoción se deslice con sutileza y nos lleve a una identificación particular con personajes que habitan el otro lado del mundo pero sienten y viven sus familias con la misma compleja intensidad que nosotros.