Matate, amor

Por: Walter Bergonzi

Un espectáculo para formar nuevas generaciones. Jóvenes y adolescentes deben ser alentados a ver esta pieza única.

El glorioso texto parte de la homónima novela, génesis de una trilogía que completan La débil mental y Precoz, rincón de un ring donde el amor de madre y sus hijos se traban entre las cuerdas con la pulsión del filosófico puerperio. El genio de su autora, Ariana Harwicz, encontró por destino a Érica Rivas, motor inclaudicable de este proyecto, a quien los dioses del Olimpo le enviaron a Marilú Marini para que la dirija.

Entre las tres realizan la versión teatral en un nuevo lenguaje escénico: lograron una fundación, un discurso que organiza ese patrimonio que posee la mujer, esa posesión de la perfección, de esa cualidad del ser, la divina geometría en su máxima expresión,  y la contradicción de tener que vivir a piso, de lidiar con este universo machista en el cual se reprimen sus inspiraciones.

El texto está deliciosamente facetado, apunta a mostrar a la mujer como un ser tan complejo como elevado, tan etéreo como bestial. Quizás este planteo acerca de cómo ser, se encuentre por delante de los principios del feminismo y sea más representativo.

Rivas entrega todo lo que se acostumbra, encarna su mujer, esa feminidad compuesta por una gran inteligencia, tan divertida y desprejuiciada, esa belleza que domina su interior formándola, y la pone al servicio de esta bandera que compone, orientada por la genial dirección de Marini en un sinfín coreográfico creado por Diana Szeinblum.

Todo tiene calidad, el nombre de Coca Oderigo firmando la escenografía, el impecable vestuario de Mónica Toschi, hasta el lujo de Juan Gatti en un ítem del programa. Todo es sublime en este teorema de una nueva mujer que siempre es contradictoria y catártica.

Al iluminarse la sala, decenas de rostros de mujeres con una sensación de “Ah, entonces no era yo sola”.