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Estreno internacional

The Grand Budapest Hotel

Por: Sebastián Tabany

El personal Wes Anderson filma una película con plena conciencia sobre sí mismo. Un film meta para honrar a sus seguidores y continuar dándole la razón a sus críticos.

Wes Anderson ha ido encontrando su propia voz a lo largo de los años. En ese tiempo, en el que filmó entre otras cosas Los excéntricos Tennenbaum, La vida acuática y la reciente Moonrise Kingdon, se ha convertido en un esteta idiosincrático lleno de afectaciones, que ha logrado convencer a la intelligentsia hasta un punto snob.

Con The Grand Budapest Hotel, Anderson no hace más que subrayar su estilo sin ninguna intención de probar que es capaz de hacer otra cosa. Es como si se hubiera abstraído de sí mismo y cual cuerpo astral hubiera flotado lejos de sí, para ver en tercera persona cuáles son las características de una película de Wes Anderson. Entre otras cosas, sí hay huérfanos, miniaturas realizadas por su amigote Roman Coppola (hijo de Francis Ford), personas que cuelgan de lugares altos, personajes pintorescos y una concepción no tradicional de familia.

La historia central se enfoca en M. Gustave, un conserje del hotel del título situado en un país ficticio de Europa oriental, La República de Zubrowka, y sus aventuras de cómo llegó a ser lo que es y cómo siguió siéndolo. Pero si bien el relato es lineal, hay cuatro líneas temporales: el presente; los ochenta con Tom Wilkinson como el autor de un libro sobre el hotel; los sesenta cuando el autor (Jude Law) encuentra al dueño del establecimiento (el genio F. Murray Abraham) que se inició de joven como botones; y los treinta, cuando dicho botones (Tony Revolori) es contratado por M. Gustave, un Ralph Fiennes en tono gracioso pero no cómico, dando una de sus mejores interpretaciones en años. Estéticamente, es una de las películas más originales de Anderson. Desde el hotel visto en su esplendor en los treinta hasta la decadencia de fórmica de los sesenta, el diseñador de producción Adam Stockhausen ha logrado un gran film anacrónico basándose en estilos y autores no muy presentes en la cinematografía actual, como la referencia a Max Ophüls (el personaje de Tilda Swinton se llama Madame D).

Como en todo film de Anderson, el reparto es multitudinario y famoso (algo que lo emparenta un poco a Woody Allen y Robert Altman en ese sentido). Como secundarios, y hasta en únicas escenas aparecen Bill Murray, Mathieu Amalric, Lea Seydoux, Harvey Keitel, Edward Norton, Jason Schartzman… Esta proliferación de personajes suena más a acumulación que a reflexión. Y lo que se acumula es esa lista de características de Wes Anderson que a mucha gente le gusta -y quiere ver más de lo mismo (o mejor)- y a otra gente, no.

 

Estreno en Buenos Aires: 27 de marzo.