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BAFICI

Why You Don\'t Play in Hell?

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En el marco del 16º BAFICI nos llega esta perla del exploitation japonés. Para entendidos del género y atrevidos que quieran experimentar acción y violencia en clave casi surrealista.

Son tres películas por el precio de una. La primera es acerca de los precoces discípulos de un proyeccionista de cine de barrio que, al convertirse en adolescentes, se tornan en fervientes adoradores del fotograma perforado bajo la explosiva denominación de Fuck bombers. La meta: filmar un auténtico largometraje. La segunda gira en torno a Motu, zar del crimen organizado nipón, cuya esposa pasa a degüello a unos hampones rivales, salvándose solo uno de ellos, el inefable Ikegama. Antes de huir, Ikegama se encuentra frente a frente con la hija de Motu, Mitsuko, una simpática estrellita televisiva que le provocará una fascinación de por vida. Pero no será el único: la niña se convertirá en imposible amor de infancia para Koji, un muchachín tímido e introvertido. Así que, años después, cuando una tarde se tropieza sin querer con la ya crecida y temperamental Mitsuko, tendrá que hacerse pasar por su noviecito para ayudarla a huir de unos violentos yakuzas que tratan de capturarla. Esto nos lleva a la tercera película en el mismo paquete: para congraciar los años que su esposa purgó en prisión por defenderlo, Muto pretende que su hija se consagre estrella de cine. Pero decepcionado de las productoras y profesionales del ambiente convencional, decide confiar el proyecto a... ¡claro! Nada más y nada menos que a los Fuck bombers, que deciden filmar un enfrentamiento a muerte entre el clan de Muto contra el de Ikegama, pactando, eso sí, ciertas condiciones de salvaguarda para camarógrafos y sonidista. Esa será la película que convertirá al joven y voluntarioso líder de de los Fuck en el dios del cine, inmortalizando su nombre en todos los libros de historia. Pero también acarreará una avalancha de violencia y el exterminio para elenco y equipo técnico.

El director Shion Sono logra superar la oleada de sangre de su sin par Club de los suicidas (2002), ahora con oleadas de slapstick negro y virtuosismo cinematográfico, plasmando un surreal cine dentro del cine con trama intrincada y serenamente respaldada por el contrapunto musical de la zarabanda de Händel.