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Cine argentino

Refugiado

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La nueva película de Diego Lerman, que participó del Festival de Cannes, investiga un tópico actual y preocupante: la violencia de género.

Refugiado es una película para el debate. Instala el espinoso tema de la violencia dentro de la familia, del maltrato hacia la mujer, de las instituciones que procuran aliviar los casos más extremos, de los chicos que sufren situaciones cotidianas horribles.

Desde el inicio mismo de la proyección conocemos la accidentada vida de Laura, una mujer joven, que tiene un niño de siete años llamado Matías. Fabián, el marido de Laura, le pega. El nene la encuentra tirada en el piso, entre los fragmentos de un espejo. Laura está embarazada y tiene miedo. Interviene la policía y la pequeña familia rota va a parar a un refugio para mujeres en las mismas circunstancias.

A partir de allí, la historia se enriquece, se pone más compleja, alimentándose con las dudas de la protagonista, sus ganas de volver a la casa a pesar de todo, su angustia y su incertidumbre. Lo interesante del caso –lo que lo aleja de un reality gratuito y truculento- es que el punto de vista elegido para contar es el del hijo, ese personaje recién salido de la primera infancia, que a veces se hace pis encima pero que trata de ser el hombrecito de mamá, siempre listo para socorrerla.

Refugiado es un film de tránsito, en todo sentido. Cuenta una fuga, el movimiento de una vida a otra. También es un paso al siguiente nivel en la filmografía de Lerman, un avistamiento quizás más oscuro de ese mundo de mujeres que a él lo intriga tanto.

Las mujeres de este universo son vejadas, pero también son las que se sanan a sí mismas, las que ayudan, las que sacan fuerzas insospechadas, fuerzas de algún modo cotidianas (la escena de la fábrica es muy buena).

El mundo masculino casi no interviene. Hay una voz en el teléfono, una presencia sugerida y ominosa, y nada más. Los pocos hombres que aparecen están tomados en planos lejanos, no se ven sus caras ni sus acciones, son hombres que enmarcan situaciones, que contemplan pero no intervienen; hombres que en cierto modo no sirven para nada.

Y hay un pequeño varón larvado, que es un interrogante. Es el fruto directo de la violencia, pero también es el que está criado por la mano llena de amor de una mujer, una mujer que a pesar de todo nunca lo deja solo.

Julieta Díaz implosiona en la pantalla, en uno de sus trabajos más logrados. El sufrimiento de su Laura viene de algún lugar recóndito, interior.  Sebastián Molinaro cumple un debut estupendo, aportando su rostro tan especial y su raro carisma. Es destacable la intervención de Marta Lubos y de la niña colombiana que aparece en la secuencia del refugio: realmente se roba la película.  Algunas  mujeres que fueron víctimas de violencia también aparecen en el film.

Diego Lerman, en su versión más seria, está un poco lejano de sus intrépidas investigaciones (Tan de repente, o en el teatro, Qué me has hecho, vida mía). Se extraña un poco aquella divertida soltura, aquel humor de sus inicios. Pero su tercer largometraje está muy bien jugado, con una delicadeza extrema que lo ubica en un lugar cercano a la poesía.