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Se estrena el quinto film de Franca González, productora y realizadora de cine documental.
Si hay algo que se repite en las películas de Franca González, es el conflicto de las personas frente a la naturaleza. En Al fin del mundo, por ejemplo, sigue la historia de un hombre que se empeña en festejar el Carnaval en un pueblito extremo de la Patagonia, donde la nieve tapa hasta los alambrados de las casas.
También en Miró está implícita esa visión del pionero. De hombres y mujeres que definen su humanidad trabajando, transformando la naturaleza que los rodea.
Pero en este caso, se da una vuelta más.
En la provincia de La Pampa hubo una vez un pueblo. Se llamó Mariano Miró y fue fundado en 1902, como parte del racimo de estaciones del Ferrocarril Oeste, que supo unir Once con Mendoza.
Todavía sobrevive su estación. Pero todo lo demás —el puñado de casas de adobe, el almacén de ramos generales, la herrería, la escuela, la plaza y la panadería— fueron borrados de la faz de la tierra. El lugar hoy, a simple vista, es una llanura extensa cubierta de sembrados de soja.
La directora emprende un viaje al pasado para averiguar qué sucedió con Miró. La historia la atrajo porque ella misma nació en La Pampa y nunca lo había oído nombrar hasta que se enteró por los diarios que unos chicos de un pueblo vecino estaban jugando en el campo y vieron unos brillos extraños en la tierra. Se acercaron y descubrieron que esos reflejos provenían de fragmentos de vidrios enterrados.
Miró se les reveló como una civilización perdida. Llegaron arqueólogos y aficionados a tratar de entender el sino de una población que desapareció casi sin dejar rastros, en 1912, a dos años del Centenario argentino que se vanagloriaba de sus inmigrantes y su progreso.
Las tomas son extensas, tranquilas, aireadas. La directora logró un buen registro del sonido de ese lugar, creando texturas que envuelven las imágenes en un clima especial: canto de pájaros, voces en off (conmueve la anciana que recuerda a su madre y canta), acentos cotidianos, música de acordeón que evoca a los fundadores italianos.
También se observa una intención de retratar el vacío. Casi no se observan rostros. Se filman personas accionando en planos más bien largos: un gaucho gringo montando a caballo, algún corral, el cuidador de la estación por donde ya no pasan trenes, un buscador de cimientos. Después son fotos viejas, relatos de cartas, imágenes que aluden a Miró pero que no son de Miró. Parece que no hay testigos.
La película se mete con una historia de esas que no se cuentan. Una derrota, que desmiente el brillo de un imaginario argentino.
No todos fueron triunfos sobre la Pampa indómita. Y menos si la naturaleza tuvo como aliados a hombres lobos del hombre. Como a los pueblos originarios, que fueron barridos de esas tierras, también hubo otros vencidos. Que yacen enterrados bajo un desierto verde, una cruda imagen de lo que es hoy nuestro país.
Malba cine. Av. Figueroa Alcorta 3415. Domingos de julio a las 18. Estreno: 5 de julio.