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La maestra

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Esta inquietante comedia, coproducción entre República Checa y Eslovaquia, ofrece un retrato preciso de los efectos del micropoder en la vida cotidiana, en el escenario comunista de principios de los ochenta.

Para Foulcault, un micropoder es aquella potestad o facultad que por el uso, las costumbres o las convenciones sociales, es ejercida por una persona sobre otra en un ámbito no regulado por lo legal. Básicamente, se refiere a las relaciones vinculares de la intimidad, la familia, los espacios de trabajo, las instituciones: en todas las relaciones que vamos construyendo se imponen ciertas lógicas de status que pueden afectar libertades y limitar posibilidades de desarrollo. La maestra, nueva película del realizador Jan Hrebejk y el guionista Petr Jarchovský (ambos de Praga, República Checa), elige como escenario la Eslovaquia de principios de los ochenta para realizar un relato preciso de los efectos de este tipo de operaciones psíquicas a lo largo de la vida, y cómo se hacen sentir los efectos de lo público en la construcción de lo privado (pienso también en esa consigna del feminismo que dice “lo personal es político”).

En los primeros planos de la película vemos, de modo paralelo, a varios alumnos de entre doce y catorce años llegar a un colegio, y también a sus padres. Los alumnos llegan de día y los padres a la noche pero la conducta de los cuerpos es la misma: bajan del colectivo, cruzan la calle, atraviesan la fachada, suben la escalera con la cabeza baja. Esta construcción de dos tiempos en paralelo (que armarán una narrativa creativa, compleja y rítmica) es uno de los mayores hallazgos de la película, que se apoya en la anécdota de una maestra malvada que comete abusos flagrantes de poder para dar cuenta de un universo mucho más profundo, donde el signo de la autoridad institucional es una marca indeleble para todos los ciudadanos, chicos y adultos.

María, la nueva maestra de la primaria (interpretada casi como una caricatura del mal por Zuzana Maurèry) llega a la clase y pide a los alumnos que se presenten y le digan a qué se dedican sus padres. Así, establecerá relaciones con cada familia donde deberán hacerle todos los favores que pida, con la amenaza subterránea de utilizar su poder para bajar notas o realizar denuncias en el Partido Comunista, en el que ostenta un cargo superior. Sin embargo, el tiempo presente de la película está en la reunión de padres que la directora y la subdirectora, casi impotentes frente al lugar destacado que ocupa esta mujer, han citado para ver si los adultos responsables están dispuestos a firmar una queja que las ayude a “sacársela de encima”.  Ese paralelismo entre ciertos alumnos y padres que enfrentan a la autoridad dentro de un colectivo cómplice (hay padres que por beneficio propio no cuestionan los métodos de la maestra, y sus hijos tampoco lo hacen en la clase con sus compañeros) construye la verdadera angustia que rodea la institución escolar concebida como base estructural de las lógicas perversas de una comunidad.

 

Cada familia tiene además sus propias estructuras de poder, donde aparecen muy fuertemente el machismo y la verticalidad. Con algo de trazo grueso pero de modo verosímil, ayudándose por un tono liviano con sesgos de humor, la película acierta en volver ambiguas las relaciones familiares y nos muestra cómo el amor genuino convive con la frustración y la violencia. También trabaja la idea del peso del pasado: la lucha contra la autoridad se enfrenta con la burocracia como impedimento primario para cualquier atisbo de cambio. La apuesta plástica, con una fotografía desaturada y gris, se enmarca en los cánones estéticos del cine más clásico de Europa del Este (pienso en el cine rumano, polaco y también checo de los últimos veinte años). La mirada histórica del comunismo no puede escapar aún de esa grisura pobre que, de alguna manera, ya resulta un poco reiterativa.

Quisiera hacer una mención especial a la escena en que dos padres, durante la reunión, fuman cigarrillos escondidos en el baño y disfrutan del desafío a la autoridad que eso supone. Allí se ve mejor que nunca la idea de una relación con lo institucional no resuelta, donde se les pide una conducta a los jóvenes que en el fondo del pensamiento adulto nunca llega a tener verdadero sentido; donde la adultez verdadera (entendida como la asunción de una responsabilidad común que asume la autoridad y el sentido de la institucionalidad escolar como propios) no es posible. En esa paradoja se encuentra la universalidad de esta película, que trasciende el sistema comunista del pasado hacia un conflicto que están atravesando hoy, y hace ya tiempo, las instituciones educativas de todo el mundo.

Divertida y dramática, por momentos terrorífica, esta comedia de Europa del Este vale la pena para pasar un gran momento de entretenimiento (el suspenso funciona realmente muy bien, sobre todo por el uso certero de los silencios) y también para interpelarnos una vez más sobre la función de las instituciones sociales en nuestras vidas, y cómo repensar la necesidad de domesticación de nuestros cuerpos hacia un proceso verdaderamente libertario para poder, de una vez, ser adultos.